sábado, 21 de diciembre de 2013

¿Depende de psicópatas el estado del bienestar?

"Es deber de todos no elegir en las urnas a quienes exhiban comportamientos psicopáticos como los descritos ni tolerar su presencia en las instituciones públicas y/o privadas, tarea harto difícil habida cuenta de que los especímenes de esta calaña, una vez acceden al poder es muy difícil conseguir que lo abandonen."


Así concluye Alberto Soler Montagud, Médico y Escritor, en el artículo publicado ayer en las páginas de opinión de la edición impresa del Levante-EMV. Hemos encontrado la versión original del artículo en el blog del propio autor y creemos interesante compartirlo contigo.

Lo encontrarás en el siguiente enlace: Dependemos de psicópatas de cuello blanco.


viernes, 6 de diciembre de 2013

Contagiar Ubuntu

“Una persona con ubuntu es abierta y está disponible para los demás, respalda a los demás, no se siente amenazada cuando otras son capaces y son buenas en algo, porque está segura de sí misma ya que sabe que pertenece a una gran totalidad, que se decrece cuando otras personas son humilladas o menospreciadas, cuando otras son torturadas u oprimidas.”

Desmond Tutu


Hace unas semanas me ocurrió algo que no quería compartir porque siento cierto pudor al respecto. Pero hoy... hoy sí me ha parecido importante compartirlo. 

Fue el 7 de Octubre pasado. Estaba instalada cómodamente en casa viendo una peli o lo que fuera. Era tarde y estaba casi a punto de irme a la cama, cuando Juan, un amigo, me envió un mensaje: “¿Sabes si en Llíria existe algún centro de acogida para personas sin techo?”… 

Juan que estaba tranquilamente cenando con una amiga, se había encontrado con un hombre de cierta edad que estaba errando por el pueblo en busca de alguien que le diera conversación y le pagara un café con leche. Tras invitarle y charlar con él, descubrió que tampoco tenía donde dormir y que llevaba varias semanas así. Consultó con algunas amigas que están “metidas en temas sociales” y acabó consultándome a mí. 

Tras hacer unas llamadas, una de ellas a la policía local (que me indicó que probablemente el hombre había elegido vivir así), verifiqué que en Llíria no existe ningún centro de acogida. Le dije a Juan que lo trajera a mi casa. No podía concebir bajo ningún concepto que una persona en necesidad de ayuda se encontrara desprotegida de esa manera. 

También he de reconocer mi lado egoísta: era tarde y no quería ponerme a buscar y discutir de comisaría en cuartelillo para encontrar algún lugar donde abandonar a ese señor, si es que me dejaban. 

Cuando mis amigas Elena y Maricruz, pendientes de mis gestiones telefónicas, conocieron mi decisión de acoger a este hombre a pesar de sus recomendaciones sobre el "peligro" que representaba meter en casa a un desconocido, sabiendo que tenía la nevera vacía, se levantaron de la cama, se vistieron, llenaron sus cestas de alimentos y las trajeron a mi casa. Juan por su parte, se acercó al ambulatorio para que le echaran una mirada a la tos de Abraham (así se hacía llamar). 

Cuando llegó a mi casa, Abraham nos contó que su esposa lo había echado de casa hacía unos meses por una infidelidad. Sus hijas no querían saber nada de él por el mismo motivo, salvo una que vivía con su madre y por tanto no podía hacer nada por él. Estaba jubilado y cobraba una pensión de unos 900 euros mensuales de la que no le quedaba nada, porque se la gastaba con “amigos”. Sufría algún tipo de trastorno mental que le impedía hablar de una forma lógica y ordenada cronológicamente. No tenía hambre. Sólo buscaba amistad y compasión. Y un sitio donde dormir abrigado pues llevaba semanas durmiendo a la intemperie. 

No, no soy perfecta. He de reconocer que mis propios prejuicios me hicieron tambalear y al día siguiente por la mañana, considerando que ya había hecho lo suficiente por ese hombre que en el fondo “había elegido vivir así”, estuve tentada de dejarlo seguir su camino pensando que ya encontraría otros “amigos”. Finalmente no lo hice, ayudada por mi amiga Elena. Ofrecimos a Abraham acercarle a los servicios sociales para que le ayudaran, a lo que consintió. Y allí pasamos los tres, una mañana cuanto menos… Kafkiana. 

Primer paso: la recepcionista corrobora la opinión de la policía local. “Ay, el hombre habrá elegido estar en la calle”. Evidentemente no, dado que está aquí pidiendo ayuda… Pasamos de ella. 

Nos recibe la responsable del centro, conocida de Elena. Maravillosa psicóloga que decide alterar toda su agenda, incluida una reunión con la Concejal de Bienestar Social, para atendernos. Confirma que Abraham sufre algún tipo de trastorno psicótico agudizado por las carencias alimenticias que lleva acumulando. No han tenido anteriormente ningún caso similar y no sabe muy bien cómo gestionarlo. Dado que Abraham es pensionista y que no puede cuidarse por sí solo, necesita (y puede) ingresar en una residencia. Pero claro, la solicitud de ingreso requiere de una serie de pasos que no se pueden dar en un día ni en una semana y menos en víspera de festivo. Hay que buscar una solución provisional y se nos ofrecen dos alternativas de centros de acogida. Tras las pertinentes llamadas, ¡ninguna de las dos opciones resulta estar disponible! 

Llamada a la hija de Abraham. Ella no puede hacerse cargo. 

Abraham está empadronado en la Pobla de Vallbona. Llamemos a los servicios sociales del municipio… ¡No están! 

“¿Y ahora qué?” Mirada hacia mí… ¡devuelvo la pregunta!... 

“Bueno, podéis llevarlo a la casa de la caridad de Valencia pero sobre todo decid que os lo habéis encontrado en Valencia (sino, no lo cogerán)!” Tal y como está Abraham, que dice que va a montar una empresa y contratar a unas 6000 personas, no nos podemos arriesgar a salir de ahí para probar suerte en Valencia teniendo que contar mentiras. ¿Y si no lo acogen qué?... ¿me lo llevo a casa de nuevo? 

No, no nos gusta la alternativa. No lo vamos a dejar en la calle. Pero desde luego no somos Teresa de Calcutta. Todos nosotros hemos trabajado y contribuido suficientemente al sistema para que este hombre encuentre un lugar donde estar seguro y poder comer y dormir. Pero también es responsabilidad de todos nosotros de que esto se cumpla… 

Nueva llamada a la hija de Abraham. Sigue sin poder hacerse cargo, no tiene dinero, vive con su madre y su madre no quiere saber nada. Pero gracias por vuestra ayuda… 

La reunión con la Concejal de Bienestar no puede esperar más. Nos pasamos al despacho de un compañero que nos ofrece llamar al centro de salud mental de Llíria. Es 8 de octubre y son las 13:45h… ¡y lo consigue! 

Nos recibe el psiquiatra del centro de salud. Le explicamos la situación: festivo, Abraham necesita un lugar de acogida temporal hasta que se le pueda ingresar en una residencia. Está enfermo, física y mentalmente. Inmediatamente y sin dudarlo un minuto, el psiquiatra hace una llamada a su casa para avisar de que llegará tarde. 

Resulta que Abraham está “mal de la cabeza” pero no lo suficiente para justificar su ingreso en el hospital por este motivo. El psiquiatra toma bajo su responsabilidad trasladarlo al hospital para que le hagan un examen general de salud dado que está muy demacrado. Así ganaremos unos días. Llama por teléfono a la Psiquiatra del hospital para comunicarle que Abraham está de camino en ambulancia y comentarle el motivo de la decisión. ¡Esta le echa un puro impresionante! “Esto no es un centro de acogida”… Pero bien, lo acoge. Estamos salvados. 

Nos sorprende la pregunta del psiquiatra antes de irnos: 

- “¿Qué tenéis que ver con este hombre? ¿Lo conocíais?” 

- “No, hasta que apareció ayer en nuestras vidas pidiendo ayuda.” 

La mirada de respuesta del psiquiatra me quedará grabada de por vida: una mezcla de admiración hacia nosotras, orgullo por haber contribuido a solucionar el problema, felicidad porque queda algo de amor en este mundo de locos… 

Nos vamos a urgencias del Arnau a entregar las pertenencias de Abraham. 

La recepcionista de urgencias nos suelta un desagradable “¿Sois familia?” No. Somos las personas que lo hemos acogido y traído aquí. Nos mira con cara de pocos amigos y con expresión de “esto no es un centro de acogida”. 

La miramos con cara de “Ya, pero te lo vas a quedar y lo vas a atender”. Y así fue… 

Hoy Abraham está viviendo temporalmente en casa de su mujer a la espera de una plaza en una residencia. ¡Aleluya hemos salvado a Abraham!... ¿O nos ha salvado él? 

Sabemos perfectamente que de no haber estado acompañado, Abraham por sí solo no habría podido vencer los límites de nuestros prejuicios y de las normas de las entidades públicas encargadas de nuestro bienestar. Seguiría errando en la calle o bien habría ocupado un pequeño apartado en la columna de sucesos: “Un pensionista muere de frío en la calle. Se desconocen los motivos por los que llegó a convertirse en un vagabundo, habiendo cotizado toda su vida a la seguridad social y cobrando una pensión de 900 euros”. Y leyendo esa noticia, me habría muerto de vergüenza… 

Pero finalmente y simplemente con el esfuerzo de uno, unido al esfuerzo del siguiente, hemos conseguido romper el sistema en el que estamos envarados. Un sistema que clasifica a las personas en función de sus errores, de su forma de vivir, de su religión, de su color… y esto ninguno de nosotros debería permitirlo. Ninguno de nosotros debería permitir que uno sólo de nosotros se encuentre desprotegido.

Ayer murió Nelson Mandela. Estoy triste y siento miedo. Miedo de que no vuelva a existir una persona capaz de remover consciencias y liderar el cambio que necesitamos. Esta mañana mi amiga Elena, me ha tranquilizado: “Nosotras podemos”. Y es verdad. Podemos hacer pequeñas cosas que provoquen cambios profundos. 

Lo hemos hecho con Abraham y esto ha quedado grabado en la mente de todas las personas que han contribuido a salvarle. Hemos contagiado Ubuntu. Juan se ha contagiado. La Psicóloga de los servicios sociales se ha contagiado. El Psiquiatra del centro de salud se ha contagiado. La Psiquiatra del hospital se ha contagiado… y finalmente hasta la mujer de Abraham se ha contagiado. 

No somos Nelson Mandela. Al menos individualmente. Pero todos nosotros podemos serlo. Sólo es cuestión de querer contagiar Ubuntu. 

Maite